A lo largo de mi crecimiento, el inconsciente colectivo buscó forjar en mí un concepto de feminidad que si bien es “universal” no sentía del todo afín conmigo, tal vez porque desde muy pequeña no he tenido inconveniente con el hecho de que cada quien desarrolle su sexualidad y su propia imagen como lo desee y que, a fin de cuentas, lo haga feliz.
Mi interés por la androginia asumo que se asocia con todo eso, con que alguien pueda o no necesariamente sentirse identificado con un sexo en particular, pero que gracias a su aspecto físico y manera de actuar parezca tanto hombre como mujer. Por eso, pese a que en otra ocasión había fotografiado a esta persona (mi novio), quise realizar nuevamente el experimento con él para este ensayo.
El discurso iba inicialmente relacionado con aquella feminidad que los hombres esconden, que ocultan de su cotidianidad, contado a través de fotos de él sin camisa y posando frente a la cámara. En teoría, esa era la premisa que me había planteado al comienzo, pero luego entendí que lo que necesitaba era excavar más en lo que realmente era, en su androginia sin buscar más allá de lo que yo a diario veo.
Y así fue, si bien me costó encontrar un camino adecuado para lograrlo, me planteé cinco etapas, con una foto cada una (luego terminaron siendo más), donde cada una representara el proceso desde la masculinidad pura, o el intento de esta, hasta la desinhibición completa y entrega hacia aquella “vulnerabilidad” y feminidad que en este caso llega a resultar ficticia, por la iluminación conseguida a través del flash y el maquillaje que coloqué en su rostro.
Luego, al momento de revelarlas decidí colocarlas en una especie de collage, varié con el orden ya que además de experimentar al momento de fotografiarlo, varias de las fotos son completamente espontaneas e incluso algunas están desenfocadas, decidí dejarlo a la apreciación de quien las observe y quiera también darle el orden narrativo que desee.
